A quién le cantaré

16.02.2019

Joder, ¡si yo estaba bien! Calle abajo, a estas horas, que no sé ni cuáles son, un hombre negro me grita <<tampoco es para que te abras, no te voy a morder>>. Sorprendida le digo que no es por él y me da las buenas noches. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba ahí, yo sólo me abría para girar a la izquierda, porque había tenido un clic. Un clic. La turbación dura un segundo, me asquea mi blanquitud, pero al tiempo se apodera de mí, y me lleva por el camino de las que hacemos clic. Piloto automático.

<<¡Lola!>> Aparece corriendo una vieja amiga risueña. <<¡Qué alegría verte!>> Me arde la sangre, sólo quiero que se aparte y me deje entrar a la tienda de alimentación. Me avergüenzo, me siento como si hubiese sido descubierta robándole a mi madre. Paradójico que sea ella la que se aparece como obstáculo en mitad de ese clic, ella que también los vive. Cuando se va, agoto mis monedas sueltas y cojo el metro con el bolso oliendo a fritanga. Hay parejas besándose, hay un hombre chillando por el micrófono de su teléfono, hay mujeres dormidas que amanecen con los anuncios de tal o cual parada. El amarillo estridente que identifica la línea a mi casa combina con la torta de harina, patata y cebolla que me cubre media cara. Sí, estoy comiendo, con el ansia viva de la marea, ¡podéis dejar de mirarme todos! El aceite de girasol -si acaso- me chorrea por el morro. Mañana tendré aún más granos. Amarro entre mis labios el brick de bebida de chocolate, como si me enchufara vino. Delicias. Qué alivio, unos para un lado, otros para otro, ya no me miran. Me giro, es un hombre, sigo tragando nerviosa. Pica, arde, dolerá en las cuerdas vocales, o por donde quiera que pase. Estoy llena, no puedo engullir más, no me caben más contradicciones en el cuerpo. Acelero el paso, no por temor a lo de fuera, sino por miedo a que todo esto anquilose dentro. La luna es testigo, como tantas veces, de mi glotonería autoinfligida. Esta vez no estoy borracha, le digo, esta vez solo estoy loca, y eso que creíamos que no, eh, que pensaba que lo tenía todo fundido en armonía. Empiezan a brotarme los sollozos, los gemidos desesperados. El pecho que quiere reventar. El agua con fondo blanco me sonríe: hace tiempo que te echo de menos. Pícara, seductora, maliciosa. Todo fuera, toda sonrisa forzada, a las cañerías, toda nota bien entonada, a las cañerías, con lágrimas escoba. Siento el inmenso placer de la redención. Carmen dice, esto, Nuria, que si me lo como me lo quedo. Bastante me guardo yo ya, ¿no te parece, Nurita, que ya aguanto bastantes cosas en el pecho? Déjame explotar que hasta se me hinchan las manos. Tanta psicóloga para seguir en el prólogo a la edición decimoquinta. Empieza a resquemar en las anginas, a doler en el diafragma. Casi siempre me salva la música, pero hoy no tenía a quién cantarle.

Lo peor es que siempre se queda algo de comida en la despensa. 

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar