Amor y teoría

21.06.2021

Algunos días lloraba de impotencia al salir del Colegio donde practicaba para ser profesora. Después, por la tarde, un profesor posmoderno nos hablaba de pedagogías queer. A mí me resultaba casi una broma de mal gusto. Por la mañana tratando de hacer de la clase un espacio no violento, dándome una y otra vez con el fracaso en las narices. Por la tarde parloteando sobre ideales que se aparecían casi como entes mitológicos. Entonces el profesor intentó reanimarme con un "necesitamos las teorías para guiar las prácticas aunque siempre sean fallidas". Me fue un poco más fácil sostenerme desde ese momento. La satisfacción constante es síntoma de complicidad con la violencia. 

Ahora tengo otras lágrimas, floto impotente en otros charcos manchados de gasoil. Ya soy profesora titulada. Defendí mi TFM y el tribunal me dio un sermón sobre la improcedencia gramatical del lenguaje inclusivo. Después tomé cerveza sin alcohol porque, como inicié mi tratamiento contra la helicobacter, no puedo evadirme. Me toca verme, verme triste, después de muchos meses durmiendo menos de siete horas diarias y haciendo panes, compresas, canciones, ensayos y conversaciones prácticamente a diario. Me veo soñolienta, temblorosa, solitaria. Hiberno ahora que llega el verano. Como siempre, ignoro todo aquello que quería hacer al terminar. Se me va toda la energía en reproducir mi propia vida. Qué insano tanto polo. 

Como por fin puedo dedicarme a llorar sin una alarma que me despierte veo las fotos de lo que estaba antes. Mi alma se desploma y no la encuentro. Estoy fracturada como la tierra yerma. Dónde está el fallo, dónde. Tan pequeña como una mariposa, desconcertada ante mi nueva apariencia, temo no saber nunca recorrer los errores con otra entereza, amar los amores con la delicadeza que requieren. Me vivo amedrentada, en un cascarón. Mi psicóloga dice que hay duelos que nunca se superan y que lo importante es aprender a vivir con ellos. La intensidad, ¿es mala? Todo me ronda, nada me aquieta. Qué tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones.

Ayer tampoco dormía, pero por ver a Rocío Jurado cantarle emocionada a Lola Flores. Yo quiero así a mis amigas: con admiración, respeto y exceso. Mi carne se estira adonde quiera que se encuentren y tengo el corazón fracturado en incontables cuartos del planeta. El fin de semana pasado Mati me abrió las puertas de su casa. Me curó con pintauñas morado, con un vasito de leche de avena antes de dormir, con un capítulo de FRIENDS en cada hueco libre y con su vestido estampado de fresas sobre las colinas de Vallecas. En Madrid me revuelvo conmigo misma y todo es punzante y placentero pero, sobre todo, sostenible de la mano de mi amiga. 

También ayer y el anterior se me embrollaban las peligrosas nostalgias, trayendo Lastres a mi cuerpo sobre los labios resquebrajados por la sal de las pipas, la nariz respingona perforada por el olor a pizza y el fresco de la noche que se abalanza sobre los días luminosos. El verano deja hueco a la duda y al sinsentido, construye puñetero el anhelo y me escuece el mar en las entrañas. Tere me acompañaba en ese viaje a la niñez desde un banco de la Plaza. Creo que Tere y Pepa no saben que hacen que pueda asomarme a los malestares contenida: por sus salones, por su presencia. La máquina de coser de la segunda me tiene sujeta con pespunte, las baldosas de colores de la primera me dan un suelo firme sobre el que reposar. 

Ahora desde la inconsistencia de mi casa me acuerdo del aguacatero que me cobijaba en tu patio, cuando nos queríamos hacia fuera. Paro de escribir porque me ahogo en mi propia pena. Sigo. Ese trozo de tierra que al mínimo bamboleo podría partirse en dos es la definición de la firmeza más profunda que conozco. Añoro que mis pies se enraícen en su magma, en sus cavidades deshidratadas, en la aguja ardiente del pino. La teoría de nuevo me gasta una broma pesada. Supongo que otra vez la necesito para guiarme, con la misma inseguridad con la que me aventuro a pisar las aulas. Debo confiar en que es posible crear maneras otras aunque en la práctica no haga más que descubrir pedazos de mí que aborrezco. Creo que por esto deberían darme algún tipo de reconocimiento académico. Dedico cada día a pensar cómo querer: mi gran tema de investigación. Armé un análisis perfecto sobre causas y consecuencias de irregularidades y excentricidades pero aquí estoy, cobarde y encogida todavía. Pienso en todo lo que haría diferente sin saber si podría hacerlo diferente. Pero sobre todo pienso en el Roque de los Muchachos saludando desde el cielo a los abrazos que me dabas. Recuerdo un azul intenso como sólo la experiencia puede presentar, delineando los cortes de cada montaña. Recuerdo el aroma a lluvia horizontal, el queso ahumado, la estufa de leña y las pastillas encendedoras. Recuerdo el frío, la incertidumbre y el dolor. Quiero acompañarnos de otra manera.         


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