Cantarlo todo
Dormida le pasaban muchas cosas. A veces se quedaba atrapada en un cuerpo desplomado que no quería despertar, otras no lograba descender a la respiración boba y plena y abría los ojos con el primer rayo de luz. Le servía ponerse a leer y ocupar el pensamiento. En las malas noches las sábanas de franela se soltaban y se le pegaban al sudor nervioso, tiñendo de vaho el frío noviembre. Ahí daba igual sola que acompañada. Pero las noches buenas (en las que dormir no era más que dormir) y los despertares y anocheceres (con congoja y sin congoja), muchas veces estaban bien si también estaba Celia.
En concreto, aquel sábado no estaban juntas a la hora de dormir, lo habían estado prácticamente durante todo el día, pero no a esas alturas. Celia le había mandado varios mensajes repensando su plan, y finalmente había decidido ir un rato a bailar al bar donde estaban sus amigas. Como a ella no le apetecía llegar tarde a casa, decidió quedarse. Le dijo que si quería dormir con ella de todos modos, podía hacerlo, le dejaría la llave bajo el felpudo. Nunca lo habían hecho así y no pensó que fuese a suceder, pero le dijo que en principio iría. Le reconfortó. La noche anterior habían dormido en la casa de Celia. Cada vez que pasaban una noche juntas, al día siguiente tardaba un poco en conciliar el sueño porque la echaba de menos. Tenía más frío, o le sobraba hueco. Así que esta vez se alegró de saber que solo tiritaría un rato, hasta que llegara.
Si por lo que sea cambias de idea avísame, porfa, le había pedido, porque cuando espera a alguien se queda al tanto. Era verdad, en esas noches, la cosa que le pasa es que se despierta periódicamente, como si alguien la agitara por fuera, a comprobar si su acompañante ha llegado ya. Preparó dos platos de huevos con patatas fritas, que son la comida favorita de Celia, se comió uno y dejó el otro en el micro para que se lo calentase al llegar (si no venía se los comería para desayunar). Sacó una toalla de cara limpia de entre sus sábanas dobladas, la dejó a la vista en la cómoda, junto al desmaquillante y la crema hidratante. Cuando iba a meterse en la cama se le cayó una botella de cristal y se rompió en montones de pedacitos, dejó el segundo par de zapatillas a la puerta de su cuarto, para que Celia no pisara la habitación descalza. Se quedaba más pendiente ahora, porque tenía que enterarse de cuándo llegaba para evitar que se cortara los pies.
Puso el radiador eléctrico media hora, es muy cara la luz y ayer no tenían la electricidad pinchada, así que no podía excederse. Se llevó a la cama el libro y el vibrador, y finalmente se inclinó por el segundo. Recordó aquella mañana, sus dientes hundidos en la piel blanca de Celia mientras la escuchaba gemir, sus dedos enredados en sus rizos brillantes como el polen. Se aferró a aquella recomposición y después tuvo un orgasmo, se dio la vuelta, apagó la luz y cerró los ojos deseando que Celia no cambiase de idea y llegase en algún momento para abrazarla por detrás. Diez minutos después escuchó la cerradura. Oyó a Luna, pero no distinguía las otras voces. Se quedó un rato en silencio intentando adivinar si había venido. Entonces la oyó saludar a la perra con un tono cariñoso y sintió una alegría intensamente apacible. Salió al baño, hizo pis y bajó las escaleras para saludar. Todavía no estaba dormida, le dijo, con un beso que intentaba disimular la ilusión. Se acurrucó a su lado en el sofá bajo la manta mientras cenaba el huevo con patatas. Las demás se hacían la cena, Celia le dijo que ella había elegido a la novia acertada. Le dio todas las indicaciones sobre los cristales en el suelo y la toalla sin usar y la esperó en la cama, ahora con el libro entre los dedos.
Al otro lado de la pared donde apoyaba la cabecera, Celia se duchaba y se preparaba para dormir mientras cantaba Volver de Estrella Morente, jugando con los versos y las entonaciones. Paró la lectura, sonrió, pensó que escribiría un relato sobre Celia la que canta a través del gotelé. Se quedó un rato escuchando, sin saber si prefería que no volviese a la habitación para seguir oyendo, o si quería que volviese ya, para enroscarse en su cuerpo y que no sólo le envolviese su voz. Entró por la puerta y se escurrió en la franela. La trajo hacia sí, se quedaron durmiendo, solo durmiendo, sobre la calma que da cantarlo todo.