Caxigalines de muerta
Tienes tol pelo llenu de teles de araña. No doy crédito. Ay madre ay madre esto ye muy gordo… ¿Bueno Lola de verdá vas a llevar eso? Haz el favor. Me muero de perceguera. Y risas risas muchas risas.
Ahí estaba mi madre abriendo los cajones, con las manos grises de agarrar pomos polvorientos, de hurgar entre los rodillos de la muerta. Poseída por los recovecos de la vida ajena, no podía estarse quieta. Lola y yo en la otra habitación, que tenía dos camas de noventa separadas por una mesilla apolillada. Mi prima amontonaba varias camisas acrílicas con estampados horteras para llevárselas a casa. A mí me daba yuyu, no sé, la recordaba a ella con el pelo pegado a las arrugas de la cara ahí delante de la puerta, viendo los coches pasar. Y cuando vivían los dos pegaban gritos jugando a las cartas y una vez imaginamos que debía de estar maltratándola y mi tía segunda casi llama a la policía pero luego nos dimos cuenta de que solo era la partida de brisca. El tapete de las cartas estaba encima de la mesa, algo pegajoso. La baraja faltaba.
No me lo puedo creer, madre fíes ya que no pasó Raimundo patrullando y os llevó detenides, esto ye el colmo. No, y encima el mi Manolo cómplice. A ver si voy a quedar confinada sin fía y sin marido. ¿Qué cogisteis?
Esparció encima de la mesa todas las camisas. Mi madre tenía un par de vasos para sidra y trapos de cocina.
—No irás a llevar eso pa casa.
—Bueno hombre eso lávase bien y listo, qué más da, prendo un poco de romero y páso-ylo por alrededor por si me da mala suerte.
Unas horas antes estábamos en el patio de Tatá, dando toques con el balón de volei de colores. No me acuerdo ya de si fue ese día en el que llegamos a los cuatrocientos sin que cayese. Mi madre, Tatá y Vero, nos miraban sentadas desde el banco de madera. Yo estaba muy disgustada, la verdad, porque era martes de Güevos Pintos y un par de semanas atrás pensaba que para entonces ya íbamos a estar en la calle, en la Pola bebiendo y bailando con les amigues. Bad Bunny había sacado "Safaera" en febrero y cuantos más meses pasaban, más probable era que se pasara de moda y no pudiera bailarla en el Retiro. Me daba una pena que me moría pensarlo. Los de La Pola salían en los periódicos asomados a los balcones con los pañuelos bordados, y la montera picona puesta. El cura dio una bendición desde el Consistorio y se retransmitió por internet: "Toos vais entender qu'esti Martes de Pascua, Martes de Güevos Pintos, nun tien nada normal... güei nun ye fiesta na cai (la fiesta yá la habrá y pergrande, eso que naide lo dude)..." Y yo venga a llorar porque tenía una gana, y a saber cuándo llegaba, porque aquello parecía que no tenía fin. Se reían de mí mi madre, Vero y mi tía. Que cómo me podía dar tanta pena que no hubiese fiesta. Se me mezclaban los mocos con la risa, porque sí era un poco cómico que lo que me desesperase fuese aquello. No sé cómo pasamos de esa situación a cruzar la carretera, si no se podía. La verdad que no se podían muchas cosas que ya estábamos haciendo. Mi madre y yo bajábamos a diario a la cuesta hasta casa de Tatá con la excusa de pasear al perro o de ir hasta la fábrica con un salvoconducto. Vero y Lola nos veían por la ventana y bajaban con la pelota y a merendar. Alguna vez Raimundo iba con el coche en paralelo a mí calle abajo, pero como andaba haciendo el show gritando a los críos no sé qué de que se estaban portando muy bien y Pikachu les mandaba saludos, ni me preguntaba a dónde iba ni hacía lo más mínimo por controlar mi paseo.
Hacía un sol de caer los pájaros ese 14 de abril. Estaban todos los manzanos floridos floridos, es que era una pena ver aquello todo muerto sin gente sin animación, con lo guapo que estaba. No había primavera así en años. Encima en Asturies que no había casi casos, que se hacían más PCRs que en ningún sitio, y todos en casa a lo fato.
Total, que mi madre quería colarse en aquella casa porque ya nadie la iba a usar, la iban a tirar, y ella tenía curiosidad de ver cómo le habían pasado los años. Fuimos p'allá y no me digas cómo pero Lola con una horquilla abrió la primera puerta, la de chapa metálica. Mira, no sabes qué risa. Pasaba un coche y les tres agachaes debajo'l muro que medía namás que mediu metru. Y encima tenía huecos, celosías de esas, pero los rosales nos tapaban. Como no conseguíamos abrir la segunda puerta, la de verdad, fuimos al garaje de Manolo y le pedimos que nos dejase alguna herramienta. Manolo casi nunca dice nada, tampoco reaccionó con palabras cuando le contamos aquella batalla. Nos miró sorprendido pero se dio la vuelta y buscó qué dejarnos sin mucha más preocupación. Nos dio una palanca y no sé qué más. Pero inmediatamente después de dejarlas en manos de Lola dijo esperá-y que voi con vosotres. Y pum pum pum venga hosties que de verdá yo no sé cómo alguien no nos oyó y llamó a la policía. Y con les mismes abrió y entramos pa allá.
Cuando cansamos de fisgar todo volvimos al patio de Tatá ya de mucho mejor humor, que daba igual que fueran los güevos pintos que el picadillo que lo que fuese mira, qué risa pasamos. Abrimos una botella de sidra, como estaba haciendo toda Asturies supuestamente por apoyar a los llagares que hacían publicidad con el hashtag #BébelaenCasa, y acabamos (o seguimos) borrachas como muchas tardes de aquella época rara, toda igual, un día como el anterior, aunque siempre había alguna diferencia, unas más importantes que otras. Un mes más tarde nos sacaron de paseo, parecía la verbena de la Paloma aquel desfile de gente a las seis de la tarde dando vueltas en redondo alrededor de Noreña, porque como no se podía salir del municipio y el nuestro son namás que 3,47 kilómetros cuadrados, pues era como ver la procesión del Ecce Homo: los perros, los runners, las de la marcha nórdica, todos en fila hasta llegar al cartel de Argüelles. Ahí se ponía la guardia civil y había que volver.
Pues no estoy yo tomando algo un poco después y se me acerca la prima lejana que era nieta de la muerta y me dice madre guapa tú que vives en frente no te enteraste que en la cuarentena entraron en casa mi güela, hai que ser gentuza de verdá. Y yo madre fía qué me dices hay que ver cómo ye la gente. Y la gente en cuestión era la lista de mi madre y yo misma con mi prima y mis tías. Menos mal que Lola no vive en Noreña porque cualquier día sale con la camisa de la muerta por ahí y se la cruza y caemos con tol equipo chica. Di tú que total ahora ya ni casa ni nada, demoliéronla, quitó tol escombru la excavadora y quedó ahí una rotonda cutre de arena pa que no se la peguen los militares que vienen a toda hostia del cuartel. Pues mejor que alguna camisa siga teniendo vida, que tampoco debíen de tener los nietos mayor interés en nada porque la arrollaron con todo tal cual estaba.