Clase dominante

02.03.2019

Los miércoles suelo juntarme yo con un grupo de mujeres para cantar. Ninguna hay que me saque menos de 10 años. La puerta de la fundación siempre está cerrada, Pilar aprieta un botón desde dentro para abrir. Cuando me conoció no dejaba de repetir "qué guapísima eres, me encanta tu energía, qué guapísima eres" y desde entonces se alegra cada vez que me ve aparecer y me cuenta alguna historia sobre su familia gallega porque, aunque cada día le repito que soy de Asturias, sigue creyendo que vengo de Galicia. Junto a la oficina de Pilar, en la sala principal, siempre se está sirviendo té y hay señoras labor en mano, explorando las posibilidades del ganchillo al derechas y al revés.

Nosotras, las chillonas, nos reunimos abajo, en el subsuelo, para no llamar demasiado la atención. Nuestro búnker-paísdelasmaravillas tiene doble puerta, además, así que el resto del espacio se encuentra a prueba de sonidos del inframundo.

Todavía no me sé demasiado bien los nombres de mis compañeras, todas se llaman Rosa, Marisa o Angelines, salvo Natalie, que se pone nerviosa cuando me habla, pero me mira y me sonríe. Poco a poco voy separando identidades y bautizándolas de acuerdo con sus nombres de uso diario y no con los de mi uso mental. La mayoría son rubias o canosas, con arrugas en la cara y con cuerpos que llevan siendo habitados durante medio siglo al menos. Hay otra que lleva un tinte rojo chillón, como su voz, y podría ser diseñadora de Desigual. Se llama Manuela.

Después de casi un mes de canciones, pero, sobre todo, ejercicios de exploración vocal y corporal, he descubierto muchas cosas:

La primera- si encierras a un montón de mujeres que quisieron ser Concha Piquer en una sala, se ponen a aullar oscilando entre carcajadas histéricas y cantos circulares. Manuela, por ejemplo, parece entrar en una especie de trance que le vuelve las pupilas hacia la nariz y le saca los colmillos de bruja emitiendo gorgoritos incendiados. Una que es pequeña y parecida a una patata, bota fuera de sí, sin complejos, dando rienda suelta a lo que su boca quiera escupir. Y de este brote colectivo de gritos descontrolados que fuera de esa madriguera no podemos dar, surgen notas que en conjunto se acaban por asemejar a las olas bajas que lamen la arena. Una de las que se solía llamar Marisa, que es de las mejores oyentes, me apoya cantando a mi lado para que me aprenda la melodía, y así, entre todas, creamos una simbiosis orgánica antipatriarcal.

La segunda- si encierras a un montón de mujeres que quieren ser Concha Piquer en una sala, pero solamente lo sabe esa misma sala, se acordarán de cómo se juega en el patio del colegio. Otra del grupo de las posibles Marisas, ésta un poco más joven, se balancea sobre sus rodillas girando con los brazos a un lado y al otro, sonriente, con los ojos erizados, tanto tiempo como se encuentre dentro de la habitación. Angelines, la verdadera, salta y corre utilizando esa energía que en la cama le es negada.

La tercera- si encierras a un montón de mujeres que podrían conocer a Concha Piquer en una sala, confiesan sus fantasías buscándose el placer. Rosa, que parece una escritora, recibe masajes casi con devoción. Debajo de esa melena blanca a hondas de rulos y cepillo, al otro lado de los finos anteojos, gime vibrando y respirando hondo.

La cuarta- si encierras a veinte Conchitas Piquer en una sala y les das ceras manley, se convertirán en Dorothea Tanning y pintarán en el lenguaje de las piñas. Marisa quinta me dijo que quería tener el cráneo abierto, como yo cuando no me mido, para dejar salir el sonido en cualquier dirección. 

Y la última- si encierras a un montón de fans de Concha Piquer en una habitación, cantarán "Ojos verdes" haciendo caso omiso de la melodía marcada por la profesora y, entonces, se descubrirán diferentes, mujeres, rotas, vividas, sedientas, vivas, húmedas, fervientes, locas.

Junto a la trinchera hay una consulta de fisioterapia. Las pacientes tienen que cruzar nuestras tierras para recibir su tratamiento. Normalmente se sorprenden, se plantean quién necesita tratamiento y de qué tipo. El otro día, estábamos maullando, agudo, como felinos imberbes, cuando apareció una clienta. No dejamos de chillar, de escupir, porque tenemos derecho a ser hienas un par de horas a la semana, al menos.  

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