Cleopatra

11.06.2017

Podre, decadente. Tenía más adicciones que lunares. Era adicta hasta a sí misma. Enganchada a que todo el mundo le dijera lo bonito de su caos, se embriagaba de su esencia hasta detestarla y no se podía soltar aun cuando más se hería. Cantaba por no oír sus pensamientos, le decían que se le cortaba la voz y que tenía una risa bonita y quería desaparecer haciendo "puf" dejando una pequeña mota de polvo tras de sí. Para los demás un ratoncillo casi siempre alegre, un hogar al que acudir cuando no tenían dónde caerse muertos. Para sí, la trampa con el trocito de queso, la muerte con muletas. A los que les sobraba realidad les gustaba divertirse al mecer de su vino, con las gotas de su olor y la tautología que pronunciaba tarot entre las manos. A ella le faltaba tierra y todo su cielo la oprimía y comprimía por ser inabarcable. Cada vez que se encontraba con el crecimiento geométrico del arte intentaba desplegarse para cubrirlo todo y terminaba hecha una bola con tiempo a la espalda y ninguna experiencia más allá de sus cuatro paredes.

Cómo iba a ver algo con un tornado en sus narices. Sólo daba vueltas imaginando en su cabeza un saxofón, equidistante siempre del centro al que tendía, orbitando sobre todos los puntos de la circunferencia sin que le brindaran estaticidad. Hoy decía A y mañana Z, fingía y fingía y estaba hasta las narices de ser siempre demasiado buena. 

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