Costumbrismo

13.10.2017

Huele a horno crematorio y pimentón. Los cerdos cuelgan dados la vuelta, con las tripas por fuera y la carne embutida en su propio ser. El único de ellos que conserva la vida es de bronce y todos le gastan bromas de mal gusto.
En las fiestas de la villa luce disfraces de santo, lleva pañuelos promotores de la matanza y gorritos de papel. El esperpento se les va de las manos.
No son religiosos de los que tienen prohibido el jalufo, desde luego. De hecho, mareas que visten togas moradas persiguen un icono de su dios en la tierra en esas mismas fechas.
Por esto el morado tiene para mí dos rostros, la tradición frente a la lucha. No sé si lamento sentir tan a fondo que esta es mi casa o si mi casa lamenta a su hija bastarda.
Los horrores se confunden con el costumbrismo de Clarín en mi pequeña villa natal y me atormenta el entrelazado de límites que tejo entre el interior y el exterior.
En el Paraíso Natural sigue vivo el Siglo XIX, su pequeña burguesía, su recato y su conservadurismo. Aquí está mi casa, entre montes verdes y vecinos dispuestos a tender la mano y poner la oreja. 

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