De perros

01.03.2018

Hace un día de perros en Madrid. María nunca ha entendido el porqué de la expresión. ¿Qué interés extraordinario podría tener un perro en pasearse bajo la lluvia? Lo que tiene claro, no obstante, es que no es un día de humanos. Es más, tiene la firme convicción de que los temporales pueden resultar realmente peligrosos y producir mutaciones. Ha comprobado empíricamente que la gran mayoría se vuelve seta. De camino a la universidad, un señor bajito y orondo como un tonel se ocultaba bajo su paraguas dejando tan sólo dos pequeñas patitas a la vista y dos pequeños pasos de acera libres. Estaba enfadada con su reloj, que marcaba una hora ya muy avanzada para su gusto, y el señor seta no hizo más que empeorar la situación. Tanto daba, de haber sido sólo por él no habría resultado problemático. En los días de perros Madrid se ralentiza, como si no estuviera acostumbrada a que el cielo se desahogue. La primera parte de la oración anterior fue escuchada por María en el cercanías. Sabemos que todo se movía con exagerada lentitud, ahora pensemos en los jóvenes que se sentaron a su lado en el vagón y en lo eterna que pudo hacerse su conversación banal y forzada de las nueve de la mañana. No había tormenta pero María desprendía rayos y centellas. No podía concentrarse en su lectura y tendría que interrumpir la lección con el pelo revuelto como si fuese un pino.

Quizá lo único provechoso de su calentamiento matutino fue el efímero encuentro auditivo con el violinista de Versailles del que Lola ya os ha hablado. Aquí se cruzaron ellas, sin saberlo, en el brevísimo instante en que Lola meditaba acerca de las alcantarillas rebosantes. Últimamente aborrece la lluvia, aunque no son los señores seta lo que le preocupa al respecto. Lo que detesta es la ausencia de tonalidades verdes y azuladas. En su casa, los grises reflejan tan sólo la vivacidad que flota en el ambiente y convierten la atmósfera en un hechizo. Al menos el agua se lleva los gases de esta ciudad -piensa resignada, pero se ha puesto triste porque algunos árboles no han resistido el viento y se han caído.

El otro día, cuando hacía sol y parecía que la primavera había llegado, Lola dio un sorbo a una cerveza y quiso llorar. El gusto amargo le recordó demasiado a otra mañana de sábado en la misma ciudad de Madrid. Quizá estemos yendo muy rápido, esa es historia para un día de humanos, cuando todo pueda seguir su ritmo natural. 

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