Ego
Mi madre y mi novia me mandan fotos del cielo para que me sienta menos sola. Las primeras son de mala calidad y hechas por amor, las segundas son extraordinarias y las cubre la nostalgia.
He caminado hasta el mar, atravesando la ciudad, apartando los edificios altos, hogar de grandes compañías, acompañada por Twenty One Pilots.
Los auriculares son uno de los inventos más asoladores creados por el hombre. Serpientes que esconden sus cabezas para cantarnos al oído, sólo a nosotros, para acallar el mundo exterior y sumergirnos en nuestro ego.
Mientras el jardín de la universidad vibraba al ritmo de la Movida madrileña, yo caminaba sobre las teclas del piano en Air Catcher.
Descalza sobre la arena tracé en el centro de mi cuerpo una frontera entre el agua y el cemento. A mi izquierda el origen, la interminable continuidad que sólo obedece a la Luna. A mi derecha el ensordecedor ruido del parloteo humano, el rugido de motores, la fuerza destructora. Uno está más arropado en el inmenso e inquietante océano. La Tierra, repleta de humanos, está bañada de humo y oxígeno, que en todo caso separan. Entre tanto balbuceo difícil es oír con claridad y mágico es escuchar.
Ahora mismo estoy sentada en un sofá, junto a un hombre que toca su guitarra y ejercita sus cuerdas vocales. Podría estar prestando atención a sus versos y en cambio sólo escupo mi cerebro a pedazos. La verborrea autobiográfica levanta cuatro muros a mi alrededor que me impiden ver el mundo. Así somos, sólo nos importa nuestro ser, tanto que preferimos ser eternamente, dejar constancia, a ser en el instante.