El ciclo de las lágrimas

17.07.2017

Un día Bea me preguntó por qué lloramos cuando estamos tristes. Carente de una explicación recurrí a mi amigo Google, quien sorprendentemente no tenía idea alguna. Si Google no lo sabe es que no encontraré respuesta en ningún otro lugar- pensé. Con esto me olvidé del tema hasta el día de ayer, cuando desarrollé mi propia teoría.

Existe un tipo de frío que no proviene del exterior. Se trata de esa helor, como diría mi amigo Alberto, que no se apaga con mantas ni café. Mi planteamiento es que cuando uno está verdaderamente apenado, sus huesos se tornan témpano. La columna vertebral escarchada irradia esas tempestades que abaten en un tiritar constante. Agua congelada inmoviliza las articulaciones y obliga al organismo a hibernar.

¿De qué posible manera tiene esto algo que ver con la enigmática producción de lágrimas? Como sabemos, los deshielos conllevan riadas acaudaladas de tibios y turbios fluidos. No son éstas las lágrimas, sin embargo. Lo que ahora estoy describiendo es el causante de la inundación que va aprisionando todos los órganos del cuerpo contra las paredes a medida que incrementa su nivel. Hay dos órganos que tienen la capacidad de flotar como un salvavidas: los pulmones y el corazón.

Ya estamos llegando al punto de la líquida evacuación. Como en las películas de terror, pulmones y corazón están a punto de ahogarse, con tan sólo unos centímetros de oxígeno restantes. Ahora destapamos nuestra pupila y permitimos emanar, como un sistema de canalones, el invierno que nos ha tenido presos de nuestras propias emociones. Alcantarillas mojadas encauzan a cuenta gotas nuestra congoja y habilitan un sistema de ventilación para que podamos respirar otra vez.

Tristemente, nuestras paredes vuelven a beber humedad. En el punto exacto de refrigeración se vuelve hielo y todo empieza otra vez.


¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar