El fondo dulce de un barranco

30.12.2019

Yo quería verte, pero me pesaba la culpa por no ir a la manifestación de apoyo a los presos políticos. Tú me propusiste riendo que nos fuéramos a pasar la tarde al parque de las Siete tetas y luego añadiste, mucho menos convincentemente, que si no, podíamos vernos después del acto. Sabía que en tu "estaba pensando en ver el atardecer en Vallecas" se escondía un "contigo".  Lo supe en ese momento, me iba a ir contigo tantas tardes como quisieras. Me puse un vestido bien corto y me entretuve maquillando a Marina y Clara hasta que estuviste lista. Entré a por una botella de agua en el kiosko de la Beata, donde tienen polos de colores cálidos hechos con fruta auténtica. Luego dejé que la boca del metro me tragase y recorrí la estación de Legazpi bajo los coches y las raíces de los árboles. 

Habíamos acordado encontrarnos en Pacífico. Yo llegué antes, auriculares lamiéndome el tímpano al ritmo de "Girl, you'll be a woman soon". Caminaba por el andén en uno y otro sentido, tratando de calmar los nervios que me hacían cosquillas en el estómago y volvían mis venas en una lanzadera. Verte siempre me induce un estado de excitación comparable a visitar el parque de atracciones. Y a eso se le suma la ternura, que me arroja hacia tu cuerpo como si fueras el vacío, el fondo dulce de un barranco, allí donde una se recuesta y no puede caer. 

Siempre dices que no sé ocultar la histeria entusiasta y vergonzosa al saludarte. Supongo que esa tarde no sería menos. Tú me besabas, apoyada sobre la pared del vagón, con los ojos prometedores que me ponían tan difícil obviarte siendo amigas, sólo amigas. La primavera estaba por llegar pero yo ya la olía en tu sonrisa, ya la corporeizaba al escucharte hablar, hablarme a mí, hablar para mí. 

La escena era tan hermosa que pensé retratarla por escrito en cuanto llegase a casa, pero tenía un bloqueo narrativo en aquella época. Familias, perros, amigues recostades sobre las colinas, observando el recorte del cielo sobre Madrid. Bebían cerveza, reían a carcajadas o en murmullos alegres y tranquilos. Pocas pantallas, las caras se miraban, se interpelaban. De algún grupo venían canciones que no llegábamos a reconocer. La temperatura era, primero, envolvente y cariñosa. Nosotras nos recostamos integrando la estampa como propia, ayudando a componerla con nuestro humor de enamoradas primerizas. Tengo la certeza de que si Sorolla hubiese visto aquella vida la habría pintado. 

Eres un gran oído y una gran fan. Por eso te leí el más duro de mis escritos. Se sentía bien dejarte estar. No sé cómo siempre eliges las palabras necesarias, de entre todos los diccionarios que están por existir. Tú tan poeta, tan amante, tan oniria e insomnia. 

Cuando la noche empezó a estar cansada quiso largarnos con frío. Tú me apretaste junto a ti y después nos abrazó tu cama. Esa casa siempre me quiso. Puede que nos comiéramos una humita, no recuerdo bien. De lo que estoy segura es de que nos besamos tanto que la mañana nos sorprendió queriéndonos, revisitándonos el placer, la pelusilla de la piel, las grietas y las grutas. Tú tan poeta, tan amante, tan oniria e insomnia. 

A nuestro alrededor colgaban granates en suspensión, ámbares encendidos en la oscuridad, inciensos exhalados tras cada mirada recíproca. Siempre atentas, siempre cuidadosas, ocupándonos de que sólo nos acompañasen las ganas y el bien querer. Te dije sin decírtelo que estaba enamorada. Emití un sonido incomprensible y le agregué "de ti". Tú me lo devolviste. Hacía siete días solamente desde que nos habíamos besado por primera vez. 

Al día siguiente, Mati, Clara y Marina estaban emocionadas porque yo te amaba y me habías dedicado "El baile" de Lola Membrillo y Pedro Pastor. Me gustan los parques contigo. 

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