Existir desviadx
Carta de una bollera en sus veinte a un marica de cincuenta y tantos.
Yo empecé a besar mujeres cuando todavía no podíamos llamarnos mujeres. Claro que no parecía extraño porque yo usaba faldas, tenía una melena y era hetero. De pronto las faldas se divorciaron del ser hetero. Había una chica en concreto. Cuando la gente se enteró se armó mucho revuelo, precisamente por mi falda y mi melena. Supongo que para las de pelo corto se desarrolla de otra manera. Intuyo que se cuece lentamente, soportando la presión de forma sostenida. En mi caso fueron pinceladas interrogantes floreciendo desde el subconsciente. Cuando la gente se enteró se armó revuelo porque no se lo esperaban. Hablaban. Todos hablaban, por supuesto que tenían algo que decir, bueno o malo. A mí nunca me importó demasiado. Era más doloroso cuando gritaban. No digo "nos gritaban" porque lanzaban las voces al aire, con cobardía y potencia pulmonar. Me resultaba doloroso porque a ella le dolía y porque no era justo.
Recuerdo el día en que te enteraste tú. Lloraste. Sentiste orgullo como sólo nosotras lo sentimos. Encontraste la voz para articular un "yo también, yo también". Toda una vida lo habías llevado por dentro, matrioska de tu propio ser. Imagino el miedo en tus venas, la vibración en tus labios, la angustia del fingir. Habías intentado querer a una mujer pero no te fue bien. Con aquel esparadrapo sobre la boca, tu deseo se volvió corrosivo en tus entrañas. A nosotras nos odian, por eso te entiendo, no te falta razón. Aún te habrían odiado más de haberlo vomitado años atrás. Hoy probablemente enmascaren su desprecio con un vive y deja vivir, mientras llaman nenaza al crío que llora. Nos dejan pudrirnos enfermos, nos dejan tener miedo de contarle a la enfermera que nos toma la sangre o la psicóloga clínica que nuestra pareja sexual es también una mujer, o un hombre. Nos obligan a soltar nuestras manos. Nos desposeen: una ya no sabe si es porque es, o porque debe ser, si lo suyo es esa falda o un pantalón de baloncesto, porque ambos se esperan pero ambos han sido pervertidos. Desconfío de mí.
Tú, ahora, vuelves a tener miedo. Porque después de todo, de la dolorosa verdad, de las miradas y los rumores, te verán sin él. Lo que puedan pensar, como siempre, va mucho más allá que en las vidas del resto. ¿Y si te envenenas otra vez? Yo te digo que no les debes docilidad ni decencia. Ya conocemos a fondo el error, la falta de ortografía. Seguirán emitiendo juicios morales, pero que no te arranquen una sola lágrima. Nuestro desamor siempre es más crudo, junto a la pérdida emprendemos un camino de reafirmación y nado en mitad de la galerna. Somos parte de lo que no encaja. Desgraciadamente, somos valientes.
Con amor, para que no te anulen.