Fronteras

23.05.2018

ESCENA PRIMERA

LOLA HOY.          Como el geranio que pide a gritos un trago. Así me desperté los días uno, dos, tres y tantos más de mayo. Con la base de mi ser agrietada, aridez en la nariz y arenilla en la retina. Me decidí a volver aquella mañana, en casa de Lucía, aunque tantos trayectos ya no saben de partidas y destinos. La maleta se hace sola, cada vez más ligera, más erosionada.

Debería haber tomado un autocar en la Moncloa a la misma hora en que amanecí la mañana anterior, pero al metro de la línea 6 le faltaban más de diez minutos para hacer su aparición y los agentes de tráfico se divertían cortando las calles para no dejar pasar a los taxis. El conductor de ALSA se despidió de mí, negando con la cabeza. En un asfixiante esfuerzo por contener todo mi ser, logré llegar a Estación Sur a tiempo para coger el bus de las diez de la mañana.

En la carretera me hice bola, tratando de soportar tirones de acá y de allá, de la profunda montaña y de las plazas donde confluyen las culturas; de las olas del Cantábrico y de los grifos de cerveza. Se saludaban, entre la muchedumbre, las angustias y las victorias.

LOLA ENTONCES.           Allí está la báscula.

LOLA HOY.          Y de pronto supe que peso más que nunca antes y no quise verlo. Me prometí que no me miraría en ese espejo digital. Trato de rechazar las bolas de goma que atentan contra mi amor. Es demasiado tarde, o quizá, simplemente inevitable. El cuerpo es el centro de todas mis acciones entonces, de todas mis reflexiones: de todas las falacias argumentales.

LOLA ENTONCES.          Y la soledad. Ah, ¡no! No es eso lo que te aterra. Es hacerte compañía, cobarde.

LOLA HOY.         Deseé, entonces, retomar una historia pasada desde algún fascículo contiguo. Pero Lola, eso es imposible. No se puede borrar lo andado. No se debe desdoblar un personaje en dos. Las cosas han seguido el camino que han seguido, y debes entenderlo.

Reconozco que no me gustaría desaprehender la historia que se ha dado, o desprenderme de lo que he construido al cerrar las tapas del pasado. Puede que este sea el clásico problema definitorio de mi ser, he dado con mi esencia: quiero ser Parménides, quiero abarcarlo todo, de hecho, quiero ser Dios. Omnipresencia, omnipotencia, no he sido yo quien las ha imaginado, no es mi culpa. Aunque siempre me lo parezca.

LOLA ENTONCES.          ¿Y si realmente te echo de menos? No puede ser. Me estoy confundiendo.

LOLA HOY.           Efectivamente, me estaba dejando invadir de nuevo por ese Hades que conoce cada talón de Aquiles. Me descubrí a punto de recorrer viejas sendas, ya exploradas, ya explotadas, ya abandonadas por su inabarcabilidad. Y saludó con sorna la culpa para cobrarse un retal de mi interior.

En la biblioteca me visitó otra etapa de mi vida, con dulzura. Recorrí también la escalinata del instituto que me recibió durante años, con caras diferentes... La congoja se alimenta de lo que permanece mientras a su alrededor sucede el cambio.

ESCENA SEGUNDA

LOLA ENTONCES.          Quiero querer ese yogur sin querer no quererlo.

LOLA HOY.          En cuanto lo planté sobre las fresas, Eloy me llamó la atención por la cantidad de azúcar que había espolvoreado por encima. Me rebelé, por primera vez, contra esas lijas que empequeñecen mis pasos. La rebelión se me desmoronó encima. Me trajo la negación y más culpa cristiana.

Me abrazó mi padre, casi desde dentro, descubriéndose él mismo como simpatizante de mis sentimientos. Me pidió que me fuese a la playa, que me dejase besar por el viento. Me abrazó también el mar, agitado y cortante como el sexo de bienvenida. Un nudo en la garganta subía y bajaba en nerviosismo. Cada inhalación me trasladaba del llanto al embelesamiento.

LOLA ENTONCES.          Gratitud, inmensa como el océano, plenitud. Pena, ligera como la brisa, intensa.

LOLA HOY.          Los toldos de rayas amarillas y blancas, azules y blancas, verdes y blancas, protegían cucuruchos del aletear de las gaviotas. Había niñas jugando con pelotas, veleros y tablas de surf. Todas estaban descalzas.

ESCENA TERCERA

LOLA HOY.          Estoy en el tren, desfilando entre laderas bruscas teñidas de un verde imaginario. Me despiden escondiéndose entre la bruma que encierra, como bola de cristal, la vida en estaticidad. Me cortan la garganta, me enfrentan a la Belleza, y me matan, me matan, me matan... Experimento la comprensión del Absoluto cuando las miro. Siento rodar las lágrimas. A mi lado un hombre se come un bocadillo y después un plátano. Yo también tengo un bocadillo y un plátano, para después.

Por la megafonía, una mujer ha anunciado que veremos Asesinato en el Orient Express, con voz de haberse tomado unos cuantos orfidales. Las mujeres del asiento trasero se ríen y desean que no sea la maquinista, con acento asturiano.

No sé muy bien donde se encuentran las fronteras.

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