Hojalata
Cordelitos de lluvia blanca se me extienden sobre las calvas. Tíñetelo, me dice mi padre. Y yo que no, que soy de hojalata.
A mí la gente no me adivina los años, siempre me dicen o por arriba o por debajo. Yo ya lo sé, que soy a veces calma cuando tocaba tango y a veces pólvora pero había que pensarlo. De lo que casi siempre peco es de contemporánea, de antimoderna de pega y de retro por/a la fuerza. Pobrecita niña buena que no quiere ser burguesa. Eso sí, que lo primero yo, que no dependo, muy bien el poliamor, cuidándome los cuidados (y la parole) y a mamá y a Silvia luego ya las llamo. Después se me hace tarde, es que ando agotada, porque "ay, qué duro es estudiar y encima ir a clases de canto". (¿Con lo bien que se está en la cama?)
Entonces una hace -a veces por apaciguarse ese desasosiego vital, otras porque de verdad se está quebrando al mirar alrededor-. Pero no vale, paramos frente al muro. A lo mejor no sirve de nada, probablemente. El deber es seguir haciendo nada, haciendo, como las semillas que no brotan, felices nosotras que podemos. Pensando y muriendo, rompiendo y creciendo. Y chitón cuando te hable la mayor, que ya las ha pasado y con el estómago vacío. Ni media a la pequeña, que bien sabe lo que siente. Calladita cuando toca, y cantarina ante el que brama. El tiempo es el mayor mecanismo de control.