La autodefensa en los poros
Siempre hablando, pero no en diálogo, eso no. Siempre intercambiando mensajes con direccionalidades superpuestas. Así nos cala, por los poros de la piel, el mensaje amargo que encorseta desde dentro, nos cala el no-ser, empequeñece los pulmones y el espacio de la que ama, de la que crea, de la que cree, de la que desea, de la que disfruta, de la que está. Legiones buscan entrar en cada inhalación: arrimados bien erguidos los mensajes del horror. En los sorbos azucarados culpa, en los dedos femeninos alfarería que: ¿no sirve para nada?
Vengo de juntarme con muches, muchas, atravesadxs por un, dos, múltiples dolores, de misma raíz y misma agresividad. Los machacones se cubren con la tinta de tatuajes que anhelan sanar, enunciar de otro modo. En esas espinas dorsales, que no encajan en las del manual de mi doctor, van historias colectivas y aplicaciones particulares, que gritan y lloran pero no decidíamos escuchar.
Estamos empezando a entendernos herides, dibujades sin ángulos rectos, y vamos aprendiendo a transitarnos desde este urbanismo enrevesado, desde ese amor que ruge tan fuerte.
Queremos poner la vida en el centro para que ninguna se sufra, para que no nos tengan muertas en vida o nos asesinen con 18 u 80 años. Una profesora de danza me pedía que pusiera la cuerpa, que la cuerpa está ahí servida para ocuparse, vivirse, sentirse, enunciarse y rebelarse resistiendo los regímenes del candado, de la mutilación, de la rigidez y la violencia.
Yo pienso que ya no hay quien pare esto, porque hemos entendido que vivimos corporalidades y que podemos reescribirnos y gritar desde mil posicionamientos y pulmones. Entendemos el afecto, las manos tendidas y el tono del clamor, aunque sigan entrando por los poros de la piel.