Lágrimas de mar

12.06.2017

Con tantos problemas como pelos, se empeña en organizar mechones aunque a los demás les guste más enredada. Su presencia suena como el hilo musical de un ascensor, tenue, continua, llorona, en clave de Luna.

Arrastra valles oscuros al pie de sus ojos de loca. No sabe si sus ojos de loca sólo pueden reparar en las carnes de cañón, en los dementes como ella, o es que sólo hay dementes como ella. Prefiere lo primero porque así compone una tragicomedia de personajes similares pero únicos.

En su obra, el papel de la desgracia es el suyo. Se lo adjudica voluntariamente con la imaginación. La trama es tan simple que deprime: La désésperée pacta con los gatos callejeros una eternidad enamorada y a cambio les entrega las espinas de los peces a los que corta la cabeza. Todo lo que coge con la intención de querer como los humanos, se transforma en arena y se escurre entre sus dedos y le queda su fantasma con colmillos. Dos heridas siempre en la yugular le desean que le vaya bonito. Por el día se engancha a besos con cualquiera, les lame los labios intentando que no quede nada, y de noche sirve su sangre en copas de cristal de Murano y brinda a sus dioses paganos. Al final se queda dormida en sus lágrimas de sal.

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