Mostaza

03.05.2017

Cuando tenía cinco años me llevaron al Parque Volcánico de Timanfaya. El dato sólo viene a cuento porque el sonido de la cafetera me ha transportado de golpe al pasado y, como si nunca jamás hubiera salido de aquel estado perturbador, me encontraba de nuevo lloriqueando junto a un agujero en la roca chorreando vapor.

Estoy harta de describir espacios por no ser capaz de fotografiar, ni de utilizar un pincel. Tan sólo sé, si acaso, contar imágenes. Tristemente, las historias de interés se me quedan grandes y termino recorriendo en círculos el mismo detalle hasta que no da más de sí. Ni siquiera puedo decir que la selección de objetos y sujetos sea buena. Los primeros son vulgares y los segundos son en realidad uno, yo, luego nuevamente vulgares. Peco de falta de originalidad y, por si fuera poco, no tengo poesía.

Podría elegir las tijeras, blandas, suaves, ardientes y maleables, que obedecen a mis impulsos, y contaros cómo mis pies se cubren de pelusa aligerando el peso que carga mi cabeza. Tal vez fuera adecuado mostrar la rosa decapitada y seca, de la que hoy sólo resta en pie el alambre, sin perfume ni ornamenta -de poco le ha servido su armazón. Quizás interesara ofrecer una degustación de frágiles corazones de jengibre. Los corazones de jengibre tienen una peculiaridad: cuanto más se trituran, se despedazan, se rompen, se machacan, más endulzan. Estos son sólo tres ejemplos aislados de la mediocridad que en conglomerado, agregada, forma mi plató.

Siempre hago el mismo papel: paseo por parques empapados, sobre callejuelas empedradas iluminadas por ojos amarillos de gato. La bufanda como las sábanas de por medio entre el matrimonio disfuncional de Lola y la lluvia. Me arrojo a los brazos de mi amante Jazz, que siempre sale más caro que el vino bebido a morro, pero quema la garganta con pasión y calienta las venas, vibrante.

La infidelidad pesa cuando se hace el silencio -o los sonidos que acompañan callan -y lágrimas se confunden con gotas de agua. Ay, casa... ¿dónde estás?

Deja tu película y espabila. Temo la insignificancia y me creo mi propio sufrimiento, vale más ser estrella de Hollywood en secreto que feliz en simplicidad.


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