Munire
Aprieta en el estómago el miedo,
se retuerce como bayeta mojada.
Prefiero no sentir nada
a esta felicidad que es tan frágil,
tan delicada.
La languidez no decepciona
porque es previsión,
es el futuro.
La dicha traiciona,
pende de un minuto.
Terminará cuando haya tiempo
para yacer tumbada.
No tiene correas,
es marea, es nevada.
Temor, temor.
Cuando no pueda cantar,
cuando las fuerzas estén muertas,
cuando deje de luchar,
cuando descubra que no escribo,
cuando entienda que no vivo.
Cuando me tenga que arrancar
los triunfos de la piel,
cuando tan solo exista,
cuando decida que me rindo,
cuando zarpen los veleros.
Qué miedo, qué melancolía,
al írseme los días,
al dejar entrar al viento.
Qué duro es el reflejo
que amanece en los cimientos.
El pasado se ha hundido
al dar con la marejada,
y no habrá buzos que lo encuentren,
se ha hecho arena,
vale nada.
El presente cabalga
sobre la costa dorada
llenando páginas
que arden
en la hoguera enamorada.
El futuro, ¿se ve oscuro?
Está claro como el agua.
Sé lo que me espera,
al fondo estar anclada,
morir desencantada.
Correrá la primavera
hasta encontrarse con el cielo
y una vez más, hueca,
me enfrentará con el espejo.
Denme una ballesta.
Para clavarla en el estómago
y que se empape el miedo
de entusiasmo y valentía.
Me atreveré a no ser fría,
bien que sea honda la herida.
Vengan terremotos, huracanes,
explosiones. Sufriré
ataques de tiburones,
habré conocido los mares,
me habré hundido en combate.