Náuseas

15.03.2018

En sueños, mi compañera de piso engordaba como un globo al comerse un pastelito. De la noche a la mañana su cuerpo se había tragado su cuello y me parecía horrible. Me sentí como si un asesino en serie estuviese esperándome a la vuelta de la esquina, con su cuchillo afilado y una siniestra sonrisa. Es más, me dió la impresión de que no podría escapar, de que correría inevitablemente en esa dirección a sabiendas de lo que me encontraría. Casi me atrevería a decir que deseaba lanzarme a sus brazos, atemorizada, débil, cansada de huir, para que su cuchillo me liberase con un tajo profundo en el estómago.

Quiero limpiarme, sacudirme de encima con disgusto esa sensación. "Lógico", pensaréis, "¿quién desearía ser perseguida por su asesino todas las horas del día?" Lo cierto es que a eso estoy muy acostumbrada. A veces me alcanza, me rasga la piel o la ropa, agarra mi pelo e intenta acabar conmigo. En ocasiones me pierde la pista durante un tiempo breve y puedo pararme a tomar aire. Pero siempre vuelve, como un conejito, a saltar tras su zanahoria. Esto no es lo que deseo limpiarme con estropajo y lejía. Lo que me gustaría es hacer trizas del miedo. Estoy harta de la presión en el pecho cuando me como un pastelito. Me doy asco por sentir que convertirme en un globo sería algo terrorífico, por asfixiarme en sueños y tragarme con más tranquilidad sus cánones de belleza que la comida del plato. Cualquier día voy a vomitarle encima al patriarcado.

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