Nuevamente ordinario
En El libro de la risa y el olvido se dice algo como que lo importante a la hora de escribir no es contar aventuras fascinantes, sino narrar lo común con sinceridad. Por eso no me preocupa volver a hablar sobre la vulgaridad de mi vida, sobre lo corriente de mis sentimientos.
8 de febrero de 2017
El embrague y yo nos hemos peleado, bailamos en un tira y afloja que no se adapta al compás. A empujones hemos acabado lanzándonos a la autopista. No salió tan mal.
Me di un baño porque muy de vez en cuando soy una hipócrita y contribuyo a destruir el Polo. Vi el último capítulo de esa serie de abogados y asesinos que me tiene tan enganchada.
Los garbanzos del mediodía tenían mucho vinagre y me resquemaban en la boca.
Después de dormitar alrededor de una hora con la serie que siempre está reproduciéndose en mi casa de fondo, me pinté un cuadro en la piel y me fui a ver a Marina.
A Marina le molestaba que le tocara la cara porque le había brotado una reacción alérgica y sentía picor.
Estuvimos aprendiendo filosofía. Ella intentaba dejar de estudiar buscando sexo o pidiendo comida porque detesta tener que hacerlo. Merendamos el helado que me regaló, aunque sospecho que sólo disfrazó de generosidad un regalo para sí misma.
Me senté sobre su culo y le di un masaje porque tanto estudio la había dejado exhausta. Me preguntó mi opinión acerca de la educación privada y luego se interesó por la socialdemocracia. (...) Y fue hilando conceptos a medida que yo me iba por las ramas. Se nota que es inteligente porque desea conocer la verdad, aún a riesgo de espanto.
Después me comió mucho las tetas y se dedicó exclusivamente a mí. Deslizó sus dedos entre mis piernas y pasó sus manos por el arco de mi espalda con intensidad. Agarró mi culo, mi nuca, como si quisiera mantenerme a su lado y hacerme llegar muy lejos desde el interior. Fue paciente y trabajó en mi placer como el ebanista que talla con esmero hasta lograr la perfección. Se desvivió en mis curvas y escuchó mis gemidos. Lo hizo diciendo "te quiero" y pensando "cachonda". Lo hizo tan bien, tan auténtico, que consiguió liberarme de las cadenas que yo misma me había impuesto.
Después cené con algunas primas, pero eso es irrelevante. Del día de hoy lo que me importa es esto. Unas manos pueden, queriendo no dejarte ir, acompañarte muy lejos.