Para estar bella, ¿hay que sufrir?

17.06.2017

Todas terminaron la noche con los zapatos en la mano y las plantas de los pies magulladas por los cristales de copas rotas. La aguja de mis tacones parecía estar invertida y atravesar mis piernas verticalmente hasta la columna vertebral. Pero qué culo más bonito, ¿no? Tengo las rodillas hinchadas como si hubiera pasado el día haciendo escalada, porque desde la cima de mi calzado el patriarcado se arrodilla a mis pies, los pies torturados de uno de sus objetos sexuales. Ninguno de ellos acabó la noche con los tobillos agarrotados.

Mi vestido de lunares hacía juego con el estampado de mis piernas recién depiladas. La cera se pegó a mis pelos con aspecto de miel y después se tensó y se despegó de mi piel llevándose de cuajo mi mamalidad. Si alguna vez has arrancado una mala hierba sabrás cómo suenan sus raíces aferrándose a la tierra. Me arrancaron las "malas hierbas", todas al mismo tiempo, y sembraron feminidad precocinada.

Y así es como en un sólo día sufrí dos tipos de dolor físico a los que nadie se sometería por placer.

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