Parte 3

12.07.2017

BERGEN (o mejor dicho, Inviergen)

Llegamos a una de las ciudades de la Liga Hanseátika a mitad de la tarde. Una masa pastelosa de casitas de madera rodeaba el puerto del rincón más lluvioso de Europa. Como si no hubiera multitud de restaurantes auténticos y autóctonos decidí que era buena idea cenar en un American diner. Las quesadillas vegetarianas estaban de vicio. Me pregunto si la taza del váter opina lo mismo que mi paladar. Últimamente no llevo demasiado bien mi desorden alimentario.

A la mañana siguiente mamá y yo tomamos el funicular a lo alto del monte (mi padre subió, como siempre, caminando). Allá donde hay un funicular parece aparecer una atracción turística imprescindible. En el mirador nos esperaban las nubes preparadas para descargar su munición y una tienda de souvenirs que afortunadamente contaba con un techo. (...)

Atravesamos un bosque sembrado de esculturas de Trolls. A cada paso la tierra se encogía como un almohadón y volvía a inflarse al liberarla del peso de los pies. Descendimos por caminos de gravilla y barro acompañadas por una marcha crujiente y húmedamente rítmica.

En el mercado del pescado me compré frutos rojos (como no podía elegir una sola variedad, decidí probar un poco de todo: fresas, frambuesas, arándanos y cerezas). Mis padres, como buenos guiris, se decantaron por la brocheta de salmón acompañada de ensalada y patatas. Gracias a dios no les entusiasmó la idea de probar carne de ballena. De aspecto similar al carbón, sólo se encuentra en Japón y en Noruega.

Me entretuve alimentando a los cuervos más grandes que jamás he visto con los restos de sus "manjares". Cuando me quedé sin recursos me empeñé en entrar al KODE a ver la exposición de pintores noruegos. Con suerte para mí también había una exhibición de modernismo internacional, con lo que me encontré a Picasso, Klee, Ernst, Diego Rivera y Miró. Manda narices que me tenga que venir a Noruega para contemplar las obras de los catalanes. A las cinco cerró el museo y me reencontré con mis padres, que me habían esperado en la biblioteca municipal.

Como todavía era temprano y había dejado de llover, callejeamos un rato sin rumbo fijo. Visitamos (cómo no) la Iglesia de María- esta es la afición que heredo de mi madre- y seguidamente papá y yo entramos en la fortaleza. Mi madre comentó: "Pues yo os espero en esta tienda, que total la fortaleza será como la de Oslo". Mi padre y yo nos fuimos burlándonos de ella porque jamás hay dos iglesias iguales, pero con una fortaleza es suficiente.

Dentro había "vikingos" luchando con espadas, lo que sirvió para atraer a mamá. Un noruego de unos 55 años se acercó a nosotros para decirnos que eso no era típicamente noruego. Como llevaba una bicicleta, a mi padre le pareció simpático y entablaron conversación. Acabó contando batallitas y soltando unas 15 veces la única frase en español que se sabía: "Tengo la maleta negra con cuatro camisas..."

Gratis se dice "gratis" en Noruega. Vimos pasar un autobús que decía "Bus gratis til IKEA" y me pareció muy gracioso por demasiado estereotípico. 

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