Parte 5
OSLO, 14 y 15 de julio
Otra vez aquí. La mañana del viernes apenas sucedió porque me levanté para la hora de comer. Evidentemente me tomé el desayuno. Varada en la bañera seguí tragándome Orange is the new black, que sorprendentemente ha mejorado mucho.
A la tarde nos paseamos por Vigelandsparken, o como mi madre lo bautizó: El Parque de Franco. A ella se le parecía a un monumento de la dictadura. Cierto es que la distribución era demasiado imperial, pero a pesar de lo napoleónico, las esculturas eran sin duda conmovedoras.
Tomamos un ferry a la Isla de Hovedoya, que comenzó siendo paradisíaca. Obviando el macabro relato de mi padre sobre los atentados del 2012, el paseo por las ruinas del monasterio y las costas semivírgenes fue encantador. De no haberse prolongado nuestra visita hasta la hora en que todas las cocinas de Oslo habían cerrado- que por otra parte es las 22:30- nuestro recorrido habría sido intachable. Una pena que todos los senderos se enredasen, rompiendo el coco de mi padre y desatando la lengua de mi madre en una retahíla de reproches sin sentido.
Similar fue la aventura del día de hoy. Visitamos el Museo del FRAM, donde se encuentra el barco homónimo que condujo a la expedición de Admusen hasta el Polo Sur.
El Parque de Ekeberg alardeó con orgullo de sus esculturas. Cuando me cansó su vanidad arrastré a mi madre hasta un restaurante. Ella eligió la Caipirinha y yo, seducida por su gótico nombre y el zumo de tomate, me decanté por el Bloody Mary. Sonaba mejor de lo que sabía. Un exceso de pimienta me puso los labios del mismo color encarnado que el cocktail.
Mi padre se enfadó porque mis mejillas se habían mimetizado con mi boca y parecía una fresa con nariz y ojos. Me espetó: "Así no estás guapa." Con lo que me hizo saltar y responder que no iba a ser él quien me dijera cómo estoy guapa o no.
Cuando tomamos el camino de descenso seleccionado por papá, mi madre empezó, como de costumbre, a criticar la ruta elegida. Estalló la discusión y me puse mis cascos para mantenerme al margen. Cierto es que dimos un gran rodeo y recorrimos las autopistas en obras del extrarradio de la ciudad.
Un poco alteradas por el alcohol, bromeamos sobre el cabreo de mi padre y cuando dije que era un "streetfighter" no pudimos aguantar más las carcajadas.