Patatas fritas

02.06.2019

Ya llegó el sol que araña para que irme de Madrid no sea tan costoso. Hace muy poco quería escapar, firmé papeles y solicité un destino nuevo, no sé muy bien si esperando encontrar un lugar donde el mundo cayéndose fuera menos evidente, o por la inercia del deambular. Ahora podría estirar un poco más este cáncer de ciudad. Aprendí que la resistencia se ejerce en forma de humitas sin licencia, para algunos, y de caminos-casa para otras. Existe, y una se entristece cuando se ha convertido en la vida que desea y debe decir adiós, al menos por un tiempo, para llamar en horas clave desde Córdoba, Argentina.


Hoy, la noche de Madrid se adhiere sobre mis manos. Madrid huele mal en las calles principales, huele a patatas fritas de McDonald's y a tubo de escape. Luego se quejan por el pis, pero el meao está ahí por culpa de las patatas, oliendo a gente con necesidad pero sin baño, sin techo, con cuerpo.


En todas las esquinas había guiris. Ingleses con camisetas de fútbol y latas de cerveza, babando el aire con onomatopeyas lastimeras. Un tío se ofendió porque una de nosotras le dijo a su amigo que dejase de mirarnos como si nos fuese a devorar. Iba a llamar a los guardias, para que nos dijesen lo calladitas que debemos estar, cumpliendo nuestro destino de bombón caja roja de nestlé. Le grité que se fuera.


Hoy vi algo descomunal. Algo con más potencia que la tierra explotando desde el centro. Se celebró el Orgullo Loco. Hay voces y voces. Estas terminan en exclamación. Esto va a destintar la razón sobre la tierra, a rasgar las sábanas de lino de los que dictan que hay que estar bien, a depurar lo normal hasta que se le caiga la careta.


Yo tengo que depurar el cuarto, meter vestidos en la maleta, que a las diez me sale el bus. He aprovechado para depurarlo todo, para llorar en un banco porque María me dijo que estaría aquí, en una terraza porque Ceci me dijo que estaría aquí, para llorar por todas las que me atraviesan con fuerza desde la pupila y me enseñan que están a grietas, pero están. Creo que todas mis amigas están un poco locas, un poco histéricas, un poco dolientes, un poco síntoma, un poco aguantándose al borde y construyendo en el precipicio. Transeúntes, podrán serlo.


Cuando escribo estas cosas me siento incómoda, desde la comodidad del sofá, pero es que hay vidas abiertas que duelen y me gritan que las mire y asienta y me calle y sepa desde dónde hablar. Sigo sin saberlo, estamos ensayando la mirada.


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