Pimientos de Padrón
Hay cosas que en Madrid no existen, aunque parezca imposible. Por ejemplo las estaciones intermedias como la primavera y el otoño, o las temporadas que tienen que ver con los ciclos de los alimentos y de los animales y, en general, de todo lo vivo. Las plantas que sobreviven a la tala masiva son de corta duración y se sustituyen por la petunia perecedera más florida de la empresa de Florentino. La mano de obra es barata o cumple castigo. Otra cosa que no existe en verano es la clase alta. Bueno, es mentira, existen a distancia desde aquí: el pueblo de mis abuelos en el Cantábrico.
Nunca había pensado que los pimientos de Padrón son un producto de temporada. En realidad cualquier verdura lo es. Pero, particularmente, este tipo de pimiento parece ser más de temporada que los grandes y rojos o que las berenjenas y los puerros. Quizá sea porque no se encuentra en todas partes y eso hace que no sea un vegetal de verano al uso, sino un vegetal del verano de aquí. Parece que viniera con las escamas de sal gruesa directo desde la planta y que te ofreciera el juego del azar como una suerte de reclamo añadido a la despreocupación de quienes veraneamos con toda la calma y la suerte. Todo lo malo que puede pasarnos es un pimiento demasiado picante, o la decepción de que ninguno abandone la suavidad amarga de la mayoría.
El verano pasado unas orcas comenzaron a atacar veleros alrededor de la península donde vivo. Recuerdo reírme de las bromas sobre comerse a los ricos y hacer la revolución contando con estos cetáceos blancos y negros. Este año muchas playas levantan la bandera roja porque el mar está repleto de carabelas portuguesas. Me parece un fastidio. Sale en las noticias a diario. No salen las piscinas de Madrid sin entradas disponibles para todas las vecinas ni tampoco se habla de las que están cerradas por obras desde principios del verano. ¿Quién está trabajando ahí a cuarenta grados? ¿Dónde se está refrescando el vecindario de Peñuelas? Nadie habla de ese fastidio en plataformas que alcancen visibilidad. Entonces estaba pensando en el fastidio de las carabelas desde esta casa junto al Mar Cantábrico en un pueblo donde hay más airbnbs que habitantes, uno de ellos de mi propia familia. Es muy raro que yo piense que me corresponde más estar aquí que al resto, porque también es muy raro que haya ciudades a cuarenta grados. Pero es más raro que de esas ciudades a cuarenta grados solo puedan estar aquí los que pueden ser atacados por orcas o encender el aire acondicionado. El mes pasado unos vecinos abrían el aspersor de un parque cerca de casa para refrescarse, a una hora en que suelen estar cerrados. El niño me miró y me dijo que su abuelo hacía eso cuando no había dinero para el ticket de la piscina municipal.
Hace una semana no conseguía dormir antes de las dos de la mañana porque en mi habitación de Vallecas no hay aislamiento ni aire acondicionado. No os miento, si lo hubiera lo pondríamos porque hemos pinchado la luz para poder calentarnos en los inviernos que tampoco dan tregua. Yo tengo muchísima suerte de comer pimientos de Padrón todos los agostos, de contar cada verano con una casa de familia acomodada en el Norte, porque honestamente no podría pagar ni el camping. Pero hablo con muchas amigas que están ahí, comiendo hojas de ensalada de bolsa de plástico sin salir de sus casas en el barrio más caluroso de Madrid, que no tiene ni árboles, ni césped, no tiene ni servicio de recogida de basuras y pienso cómo va a tener temporadas, si por no tener no tiene ni quién se acuerde de que existe en agosto.