
Por fin puedo hablar
En el portalín de la casa de güelita hay una barandilla de madera azul que se levanta desde el suelo y un arco blanco que cuelga de la fachada y enmarca la mesa con dos sillas si se mira desde afuera, y la Sierra del Sueve bañándose en la mar si te sientas dentro. Güelita Emma siempre se sienta dentro, aunque yo la recuerdo hace años alrededor de aquella entrada, cortando las berzas del pedazo de tierra que hay en frente y limpiando las hojas secas de los geranios. Ahora canta. Está mucho rato en la silla de la izquierda, desde la que se puede ver mejor cuando alguien llega, y canta. Hoy, cuando le pregunté qué estaba cantando me dijo:
-Lo que se me vien a la boca, fía.
Así, como si las canciones se nos colocaran entre los labios y los dientes y no pudiésemos sino masticarlas, como si no pasasen por nuestras cabezas, acurrucándose entre una y otra ceja. A Emma se le vienen a la boca y se pasa horas dándoles espacio. "Adiós Cabranes del alma, Cabranes de mi querer, adiós Cabranes del alma, cuándo te volveré a ver", y "Franco Franco que tiene el culo blanco", y "La Lola se fue a los puertos". Todas a trozos, con estrofas olvidadas y estrofas exigentes que piden que no se las deje de repetir, que se invoque cualquier cosa con su apoyo.
Le pregunté si quiere volver a Cabranes y me dijo que no, porque ya le da mucha pena ir por allí, y que para quedarse disgustada mejor no. Siempre dice luego:
-Como esto no hay nada, como el mi portalín. Esto ye un lujo, fía.- y después aclara que en la Villa también está muy bien porque mi tía la cuida mucho. Se queda mirando... Yo creo que no alcanza a ver muy lejos porque a veces no distingue si estamos de cara o de espaldas, pero imagina los picos con claridad, supongo, después de tanto.
Hay historias que también se le vienen a la boca como un chicle. Hace pompas, explotan y vuelve a empezar. Es como si no tuvieran un principio y un final, como si fuesen un círculo o una mancha de colores. Repite los nombres de sus amigas de los veinte años. Después cuenta que iba a todas las romerías y que volvía para la misa en los autocares Cabranes que andaban arriba y abajo por todos los pueblos. Y luego saca a mi abuelo, que lo llamaba papi: -Es que papi era muy guapu... Era tan altu que parecía un inglés. Una vez vino una a metese por él y dije-y: oyes, no te metas tantu que estoy yo aquí. Y respondiome: ¿cómo te arreglaste pa cazar esti cachu d'hombre? Y yo contesté-y que-y preguntase a él cómo se arregló pa cazame a mí.
La verdad es que nunca sé muy bien si estas cosas pasaron o si se las inventa. A lo mejor eso es lo que le habría gustado responder. No lo sé.
El otro día, estaba yo con Mati sentada en el portalín. También estaba güelita, claro. Entonces algo le pregunté de la canción esa que dice que entierren a Franco con los cerdos. Y empezó a contar que no las dejaban hablar, que había que callar, que tou era mieu. Hasta que llegó la democracia y entró corriendo a la cocina a alzar el puñu, gritando: ¡Por fin puedo hablar! y su tía la abrazó y le dijo que tenía una razón como una santa. Y lloró y aplaudió y cantó lo de los cerdos. Esta historia no puede haber pasado así de ninguna manera porque para cuando Franco murió ella no vivía ya con su tía, hacía muchos años. Pero es así, ese es el chicle que mastica y mastica. Y le dije que si sabía que mi padre y sus amigos rompían la placa fascista de la iglesia de pequeños y dijo que sí, que cuando se enteró había aplaudido porque habían llegado los suyos y que había alzado el puñu diciendo por fin puedo hablar y que su madre la había abrazado diciendo que tenía una razón domo una santa. Mi padre dice que lo que pasó es que le cayó una bronca buena. Y su madre ya llevaba mucho muerta y los suyos no habían llegado nunca, en realidad. Pero se le empañan los ojos al pensarlo, como si fuera una verdad como una santa. Y se le contrae la voz porque le viene a la garganta una herida profunda de no haber tenido nada desde los cinco años, de haber vivido con una gente que no eran sus padres y de ver a la probe Juanina, su madre, pasalo tan mal. Porque lo que yos hicieron nun tien nombre... Y cuando una hermana suya quería votar a la derecha la hizo llorar, porque sus raíces eran de izquierdas y era una vergüenza y cómo se atrevía después de todo, cómo se atrevía. Y yo moriré de izquierdas fía, porque no mos dejaben hablar.
Es lo que se le viene a la boca, la vida que reescribe narrando, la que yo le conozco a ella. Ahora que puede hablar, es lo que dice. Asegura que en la casa de sus tíos volaban las potas y los colchones, y que se acuerda de la mano de su padre atravesando la ventana de la cárcel. Pues yo también me acordaré de esto, que está enmarcado en su pintalabios arrugado, bajo el arco del su portalín.