Protección

26.06.2018

Lentejas pardinas le adornaban el mentón en la madrugada. Para el anochecer, todo su cuerpo cubierto por rojos plañideros. 

Eligió un bañador que llevaba, como mínimo, dos décadas desfasado. De todos modos algunas le decían vintage y otras posmoderna, así que se vistió de anfibio rosa barbie, sin importarle lo actual del atuendo. Toda la corteza cubierta de un bálsamo untuoso de olor dulzón, delicada como una bolsa de verdura. Esa pantalla protectora se entremezclaría horas más tarde con los cristalillos polvorientos del arenal, alzados por el viento contra su piel muerta. 

Caminos de salitre en las mejillas, abiertos por lágrimas de rabia. Como hachazos, ellos dejaban caer comentarios denigrantes hacia sus amigas inconscientemente. La impotencia le resquemaba más que el sol de mediodía en la nariz fruncida. Se sentía falta de energía como para intervenir bordando puntillas cada dos afirmaciones. Mariado, por lo menos estás aquí, afirmándote en tu propio ser, con tu lana y tus grietas en la piel. Y el otro con el spray que se cuela por la garganta dejando un sabor amargo. 

Mientras todos engullían sus cucuruchos helados, ella pensaba en la báscula donde vendría a crucificarse como una especie de mártir nietzscheano. Hacía mucho tiempo ya que no conocía la tranquilidad. Se sumergió bajo el chorro dulce para silenciar los pensamientos. El agua tibia, como un caramelo en los labios arrugados, desapareciendo en densidad marrón entre las tablas. 

El verano había llegado para quedarse. A la espalda demasiadas horas de exposición solar. En mente los supuestos kilos de más. En las carreteras del pueblo, olor a tubo de escape. En el cielo una Luna casi llena que no podía mirar. En los oídos basura neoliberal que se pretende popular, y truenos. En mente, cómo arreglar esta realidad. En vena ausencia de tóxicos, porque ya ni del alcohol se podía fiar. 

La nocturnidad desierta la condujo a través de parques con redes en leve balanceo, y olivos despojados de su Guadalquivir dispuestos a ofrecer no más que espaldas retorcidas. Se olvidó de avisar a su amiga de que había llegado a casa, era el pan de cada día. 

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