Sordidez

12.04.2017

Disclaimer: Nada de lo escrito a continuación debería ser visto con buenos ojos o convertirse en objeto de idealización.

Su aliento solía oler a vómito y sus nudillos eran de color rojizo. Para ella, la Ley de la gravedad seguía un patrón ligeramente alterado: todo lo que entra, sale. Llenaba su vacío con toxicidad de toda clase. Sumergía su cuerpo en perfume caro y ginebra de 4'50. Se envenenaba con nostalgia.

Los libros y el tiempo habían inclinado hacia delante sus estanterías. La luz de la tarde se colaba por el cristal opaco y jugaba a la esgrima con la pequeña selva del altillo de la escalera.

Dolía tanto que temblaba, escocía, asfixiaba, y sólo tenía la música de su parte- hacía tiempo que para el sexo siempre se presentaban pegas. Se sentía únicamente viva de una forma, al menos, semisana cuando cantaba o dejaba que su arritmia locomotriz explotase en compañía de una emisora de rock que siempre ponía las mismas canciones y se asemejaba más a una lista de reproducción impersonal. (Eso sí, que el indicador del volumen fuese múltiplo de cinco, o de lo contrario no podría concentrarse más que en la intrusa matemática.)

Soñaba con conquistar la noche, ser estríper o cantar jazz indecente en antros mohosos y vaporosos. Era demasiado débil para asumir que la vida no era placer y abandono. Para escapar de su nihilismo se involucraba en la lucha feminista y hablaba de la cosificación con el mismo odio que demostraría Hitler hacia cualquier judío -a excepción de su propio profeta. En el fondo, sintiéndose asqueada por ello, disfrutaba cuando se transformaba en el trozo de carne más apetecible y la humanidad quería llevársela a la cama o a la boca.

Ni siquiera escribiendo cerraba el agujero negro de sus entrañas, al fin y al cabo sólo sabía adornar lo vulgar para fingir que algo importaba. 

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