Veneno de gama alta
No era el Nordeste, aunque Mari Cruz hubiese querido echarle la culpa al viento. Al respirar le dolía la costilla izquierda, como si una daga se le hundiese a mitad del hueso. Estaba congelada detrás de una sonrisa. El aire gélido le llevaba la vista muy lejos. Sí, estoy encantada, me da igual que sea en Madrid o en Barcelona, estoy feliz, repetía mecánicamente cada vez que algún amigo de la familia le preguntaba por compromiso. Cuando soltaba el par de frasecitas hacía una mueca de amabilidad ensayada y volvía a sumergirse en su invierno interior.
Se había levantado con telas de araña en la garganta y placas de mármol contra el pecho. Obnubilada todavía, vagando a través de lo onírico, salió de la habitación con cautela. Tardó un segundo de más porque las puertas de la casa a veces se abrían solas y no se sentía completamente segura frente a las... corrientes de aire.
Se obligó a separar en montoncitos la pila de ropa que sepultaba su cama. Había pasado unas cuantas noches en el cuarto matrimonial porque sus padres no estaban y ella no tenía energía para recoger el suyo. No le quedó mayor opción que volverse arqueóloga cuando se le acabaron los tangas limpios, aunque bien podría haber imitado a la vecina de la residencia de estudiantes, que se compraba ropa nueva porque no sabía hacer la colada. Entre movimientos cerraba los ojos para recuperar fuerzas. Tienes que vestirte, deja de hacerte el mártir.
Cuando por fin se plantaba frente al espejo le brotaban las lágrimas. Puede que evitara verse durante más tiempo. Hoy no por favor, hoy no quiero que me miren. Como si hubiese algo de particular en aquel día. Finalmente, con la resignación de quien aún tiene fuerzas para resignarse, se subió al coche y condujo a duras penas hasta la casa de verano.
Cuando Mari Cruz iba por la vida como los muertos creía que era domingo. Todo le parecía cubierto por esa lánguida luz de domingo. No se sentía sola porque había descubierto que Hopper lo pintaba todo los domingos, que él también había estado atrapado. Si hubiese podido subirles el volumen a sus cuadros, habría escuchado la música tintineante del furgón de polos y helado. Las luces aislaban entre haz y destello y hacían el vacío con todo lo que se quedase de por medio.
Los domingos Mari Cruz quería envenenar la Nada. Frente a su familia no aspiraba alquitranes, observaba con anhelo los ligeros dedos de Margot al deslizarse sobre fino papel para cigarrillos. Luego Aurora escupía como una locomotora a través de esa dulce sonrisa. Por un instante se sentía caer al vacío. Lo que sí le estaba permitido era tomar alcohol. Un albariño. Esperaba a conocer la consumición de cada uno para pedir. Menta poleo, té, una tónica. ¿Y dónde está la ginebra, por dios? Estaba feo eso de tomarse una copa cuando todos los adultos bebían hierbas remojadas.
Al pasear se cruzaban con escaparates de dulces. Sin quererlo los contemplaba como si fueran gotas de oro. Sabía lo que ocurría, se los tragaba pensando en cómo deshacerse de las consecuencias. Una noche, cuando estaba de viaje con sus padres, fue al lavabo fingiendo un dolor de barriga como de costumbre. Estaba ocupado. Odiaba esperar en ese tipo de situaciones. Cuando se miró en el fondo de la taza, descubrió la cena de la mujer que había entrado justo antes, pegada al borde superior del retrete. Sintió pena. Quiso detenerse y salir para decirle "te entiendo, no estás sola". Pero se limitó a revivir mentalmente la imagen de la responsable secándose el rabillo del ojo frente al espejo. Por esto detestaba que a su alrededor todo el mundo comentase si unas estaban demasiado delgadas o si las otras tomaban demasiados dulces. Había visto demasiados nudillos resecos y colorados. Sabía que no era una bacteria, pero sí una plaga.
Mari Cruz se autorreprochaba su sufrimiento. Lo vivía como el sufrimiento de la pija. En ocasiones, llegaba a creer que se lo inventaba por puro egocentrismo. Al menos era tóxica para sí, sentía dolor para sí, pero no se atrevía a predicarlo porque era consciente de que incluso su dolor era un lujo. Había vuelto, no obstante. Estaba de nuevo atrapada por su propio ser. Hacía mucho tiempo que no sentía ese hastío relacional, esa angustia por tener que exponerse. Estaba muy cansada, no quería hablar, quería veneno de gama alta.