Voluntas

12.01.2019

Estaba de vuelta donde el aire no mata cuando se respira. Desde su llegada tampoco había reverdecido. Se encontraba en un estado de neutralidad horizontal, casi de estancamiento, aunque calificarlo de esta manera podría transmitir connotaciones negativas y, sin embargo, no era así: simplemente estaba. Deseaba muchas cosas. Se imaginaba flotando en el gélido mar escarpado de su tierra, tumbada sobre el musgo verde que arropa las rocas de la Cordillera Cantábrica. No había tiempo. Entonces intentaba concentrarse de nuevo en los problemas de combinatoria o en su Iconografía de la Anunciación y sentía el bochorno insalubre de la calefacción en esa sala de estudios saturada de personas que, suponía, estaban en la misma situación. Como unas mancecillas sobre su esfera, volvía a vivir el mismo día cada mañana. Mejor dicho, como los números en ángulo recto de un reloj digital, volvía a contar las mismas acciones. Casi entre pitidos señalando las diferencias entre hora y hora, se iba alejando de sí. 

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Últimamente, un interrogante le ronda la cabeza: <<¿Qué es lo mejor de las personas?>> Se lo habían preguntado inocentemente, pero Dolores no podía abandonar ese pensamiento. Alguien había respondido que se trataba del amor. Le parecía una solución bastante satisfactoria pero barajaba otras posibilidades: ¿el arte? No, demasiadas implicaciones etnocéntricas. -Quizá no se pueda hablar de "lo mejor de las personas" como algo exclusivo de las personas-.  Entonces se le ocurrió que lo mejor de las personas es la posibilidad de proyectar voluntades sobre el futuro. Le gustó esta idea porque elaborar más que deseos instantáneos significaba, a su parecer, hacer elecciones, diseñarse. Toda su vida había perseguido esa voluntad propia como si fuese algo alcanzable. Dolores, perdida entre esas ansias de libertad, no barajaba la interdependencia como un factor a tener en cuenta. 

Claramente, su solución era insuficiente, mucho más imperfecta que la abstracción del amor. 


Cuando le quedaban pocos días entre casas bajas de techo rojizo, tomó una decisión. Hacía meses desde la última vez que se había depilado. Llamó a su esteticién y la citó para una mañana de sábado. Su madre se alegraba. Dolores no estaba del todo convencida de haber tomado una buena decisión, sentía que se fallaba de alguna manera, que se arrancaba de sí,  a voluntad. 

Cuando llegó al centro de belleza se alegró. Malena le untaba la cera verde como si fuera un pastel. Iba tirando de las bandas de papel al tiempo que le hablaba de su pasado punky. Siempre había creído que Malena sólo existía dentro de aquellas paredes de gotelé coloreado en pasteles apagados, en la sala de los visillos de encaje y olor a melocotón. La conocía con los polvos de talco en las palmas de la mano, junto a carteles que promocionaban sesiones de depilación con láser y lámpara bronceadora. Malena vivía con las toallas viejas, con los certificados torcidos en el espejo desgastado.  

Para su sorpresa, Malena también existía fuera de aquel portal, y era una persona rotunda. Cuando la felicitó por su corte de pelo le contó que ella siempre había llevado la cabeza al descubierto, salvo por un mechón o dos. -Hice la comunión con el pelo rapado. A mí me gustaban las sudaderas y los pantalones sueltos porque estaba cómoda. La gente es demasiado conservadora. Cuando me fui a Bélgica, mi familia de acogida me puso un flequillo, que aquí no se llevaban. Luego, entré en el curso de esteticién porque, si no quería ir a la universidad, era eso o peluquería, que es donde se metía todo el mundo. Yo iba siempre con un amigo marica, con mis botas Martens, y me llevaba a los antros más peculiares. Me pintaba los ojos como el carbón. Cuando nos reencontramos yo llevaba melena, me gritó <<PUTAAAA QUÉ GUAPA ESTÁS>>. Ahí, yo siempre andaba con tres amigos porque las dos chicas del grupo tenían novio. Tenía cuatro trabajos a la vez, pero me lo pasaba bien.-

De vuelta en casa, Dolores estaba tan contenta de haber conocido más a Malena, que apenas se arrepentía de haberse sometido a ese dolor tan insoportable. 

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Dolores se sentía lejos de dominar sus actos. Lo estaba haciendo todo al revés, a voluntad. Para justificarse se había inventado que dentro de sí había dos personalidades luchando por dominar: una buena y otra mala. Lucía le había dicho que eso era imposible, que sólo había una Dolores y que, quizás, si sentía que debía acabar con deseos tóxicos y actitudes pseudodestructivas, estaba negándose a sí misma en gran medida. Si eso formaba parte de ella, no debería expulsarlo, sino observarlo y entender su procedencia. Quizá fuese cierto, quizá tanto trabajo sobre la voluntad, la presencia y la conveniencia de sus actos no fuese más que maquillaje. 

Ahora tenía otra pregunta en mente: ¿tiene más sentido el querer ser, o el soy? De la que se sucedía otra: ¿Soy? 


Ya no olía a manzana ni se escuchaban los sonidos de cencerro de las vacas que viven junto a su casa. No había camiones lentos ni mujeres fumando en furgonetas viejas, a contraluz, llenas de verdura para vender en el mercado. Ahora había metros. Un hombre cantando con dificultades "Se me olvidó otra vez", y mujeres buscando arepas y eligiendo vainas, quejándose de la mala calidad en comparación con las que se encuentran en sus países. De nuevo, a la hora de dormir le dicen "bona nit", han cogido esa costumbre.

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